Una casa en el Albaicín ?ya desde la primera línea? quiere ser un alegato a favor de las fábulas urbanas. «Yo soy la casa. Yo veo, huelo y siento lo que se produce en mí». El ser inanimado ?sin alma? no solo se revela sensible, sino que toma el mando de la narración y cuenta, como el testigo de excepción que es, el meandro por donde discurre la vida de sus habitantes.
Hay en sus páginas una vocación contemporánea y universal que nos permitiría situar lo narrado en cualquier barrio histórico de Lisboa, Praga o Florencia.